La Droga de Viajar

Autor invitado: Rama Branch

Supongo que todos habrán visto The Matrix, de los hermanos Wachowski. Si no lo hicieron los invito a verla cuanto antes, no solo es una película muy entretenida y atrapante, sino que tiene mucho para enseñarnos del Mundo actual y de nuestra propia vida.

Qué llevar en la maleta - Indispensables de viaje

Por si no la vieron o no recuerdan bien su argumento, The Matrix nos presenta a Neo (Keanu Reeves), un programador informático de día y hacker de noche, que siente que algo no cierra en su vida ni en su concepción del Mundo, y eso se ve confirmado luego de que una madrugada cualquiera un mensaje en su computadora lo llama a despertar y darse cuenta que ‘la matrix lo posee’.

Pronto conocerá a Morfeo, otro hacker, que le plantea dos posibilidades: tomar una pastilla roja que lo llevará rumbo a lo desconocido, al corazón de la matrix y su misterio, o tomar una pastilla azul, que lo devolverá a su cama como si nada hubiese sucedido y seguir con su vida normal.

El día en que mi amigo Antonio dejó caer la invitación de irnos a Nueva Zelanda por un año con la Working Holiday Visa, fue un momento muy similar en mi vida, al que vive Neo en The Matrix.

Mi primera reacción, casi instintiva, fue decir que no, ya que mi zona de confort, la pequeña burbuja que me rodeaba, era muy acogedora: tenía una novia con la que todo iba bien, casa, comida y gustos seguros (cortesía de papá y mamá) y hasta una carrera universitaria que si bien no me apasionaba estaba encaminada.

Sin embargo, la idea se instaló en mi mente y comenzó a cobrar fuerza. Lentamente empezó a revolotear y a seducir distintas partes de mi cerebro con promesas de ciudades nuevas por descubrir, paisajes majestuosos por admirar, manjares exóticos con los que deleitarme y personas nuevas que conocer. No pasaron más de dos semanas para que me encontrara de nuevo con Antonio y aceptara la pastilla roja que me ofrecía…

Viajar, es como una droga. Mientras dura el efecto es todo luces y colores, un verdadero subidón, pero el problema es cuando baja… Lo difícil es regresar.

Como viajar gratis por el mundo

Cuando recién aterricé en Uruguay después de un año en Nueva Zelanda, apenas me di cuenta de lo que estaba haciendo, puesto que los primeros días estuvieron repletos de asados, reencuentros, anécdotas y la alegría de ver de nuevo a mi gente y mi barrio.

Las sensaciones del viaje continuaban vivas en los cuentos que todo el mundo me obligaba a recitar, y así fue que mantuve la ilusión de estar en tránsito y seguir viviendo la aventura por unos pocos días más.

Sin embargo, la segunda semana fue fatal. No me di cuenta que estaba de vuelta hasta el día siete u ocho después de que pisé el Aeropuerto de Carrasco.

Volví a tomar los mismos ómnibus, a caminar las mismas calles, a recorrer los mismos parques y ver a la misma gente, y notaba con cada paso que donde había estado mi zona de confort, ahora quedaba un extraño vacío difícil de explicar: si bien todo estaba igual que antes, no se sentía de la misma manera.

La realidad que en algún momento fue mi única realidad, ahora era prácticamente una prisión mental, una película que ya había visto y que se me obligaba a revisionar constantemente, día tras día sin poder cambiar de canal.

Creo que lo que más extrañaba (y extraño), no es la gente que conocí, los lugares que visité y las comidas que probé, sino los amigos que me quedaron por hacer, los pueblitos escondidos que no entraron en el itinerario y los miles de manjares por saborear, fumar y tomar que me esperaban en rincones remotos, en paraísos perdidos fuera de la luz del mapa.

Viajar es como una droga que una vez te pica el bichito viajero, es difícil de dejar.

Nueva Zelanda es un país muy cosmopolita, habitado por personas de diversos orígenes y ascendencias. Caminando por la calle uno puede escuchar cientos de idiomas, ver decenas de razas distintas coexistiendo en armonía y sentir la energía del Mundo pasando a su lado.

Esta configuración demográfica y los cientos de amigos de distintos puntos del globo que hice en ese año, sirvieron para darme cuenta de lo gigantesco que es nuestro Planeta y de todo lo que tiene para ofrecernos.

En mi estancia en Uruguay, no podía evitar pensar que mientras yo seguía en el mismo lugar que ya conocía y en el que viví durante años, un Mundo espectacular ahí afuera esperaba a ser descubierto.

Lo que es peor, es que aún ahora que me encuentro viajando nuevamente a tiempo completo, una vocecita al oído me susurra noche a noche: Madrid, Ámsterdam, Tokyo, Los Angeles, El Cairo…

Mientras escribo esto, me estoy perdiendo una puesta de sol colorida y radiante en una playa escondida de algún rincón de Asia. Y mientras vos lo leas, si parás la oreja vas a sentir el sonido que hace una caída de agua contra las piedras donde se bañan los animales de la selva, en algún punto remoto de África Central.

También a veces de noche, cuando me estoy por dormir, me imagino que en alguna calle secundaria medio descuidada y oscura de Londres, hay un barcito muy chico que pasa buena música y tiene un banco en la barra esperando a que llegue yo y me tome una con los habitués del lugar.

Y te juro que si me esfuerzo mucho y cierro los ojos bien fuerte puedo imaginarme todo, todo, de ese bar sobre el río Sena que está esperando mi llegada en cualquier momento y donde hay un aroma fuertísimo a café recién hecho que se mezcla con el del perfume de alguna dama francesa que pasa por el lugar.

No puedo entender como hay personas que son capaces de volver a la rutina y al punto de partida una vez que probaron un poco de la droga que es viajar. No me cuadra que les alcance tan solo una bocanada de Mundo habiendo tanto por conocer y recorrer, tanto por descubrir y tan poco tiempo para hacerlo.

El día que dí el si para irme a Nueva Zelanda, sin saberlo estaba firmando mi destino y mi futuro, mi profesión y mi carrera de eterno viajero.

Mi corazón me lo recuerda redoblando los latidos cada vez que veo un par de mochileros perdidos por las calles de la ciudad, cuando escucho hablar a alguien en otro idioma, cuando algún pop-up me invita a comprar un pasaje con descuento a algún destino random o cuando hago una escapada a algún lugar cercano que me devuelve el gusto de lo que es viajar.

Si estás considerando comenzar tu propia vuelta al Mundo o tu escapada de la rutina, te felicito y te aliento a que lo hagas, pero tené en cuenta que es una droga poderosísima, y al menos para mi, fue un viaje solo de ida: una vez viajero, por siempre viajero.

Es difícil volver a las ocho horas de oficina con almuerzo de media hora y veinte días de vacaciones anuales, después de haber recorrido rutas desconocidas con el viento de primavera pegandote en la cara, donde cada kilómetro que avanzas es uno más lejos de todo lo que conoces, y donde cada vuelta del camino depara un paisaje virgen a tus ojos.

Un desayuno en la mesa de la cocina mirando el informativo y planificando el día que se viene no sabe igual que un improvisado picnic a la sombra de ese árbol que tanto te gustó en el medio de tu recorrida por algún territorio tan inédito como hermoso y sorprendente.

Es en la ruta donde nos conocemos más a nosotros mismos y donde más crecemos como personas; supongo que estar presentándose ante cada cara nueva que nos regala el camino y contándole un poco de donde venimos nos ayuda a entender y a ordenar nuestra propia historia de vida y descubrir más particularidades del lugar donde crecimos que para nosotros es lo más normal del Mundo, pero que para una persona de otro punto del Planeta puede ser algo inexplicable.

Es a miles de kilómetros de casa, en un territorio desconocido y distinto al que estamos acostumbrados que comenzamos a entender de donde venimos en realidad, porque somos como somos y que nos hace únicos y especiales en el collage de culturas y costumbres que es nuestro Planeta Tierra.

Si estás cómodo y todo cierra en tu vida, te felicito y te invito a que sigas por el camino que llevás, pero si no sabés que hacer con tu presente o sentís que hay algo en tu existencia que no cuadra, te garantizo que un viaje mochila al hombro por un lugar distante del Mundo puede enseñarte más que cientos de miles de libros académicos, más que dos carreras universitarias juntas y puede hacerte mejor que cientos de horas de terapia en un diván.

Y quien te dice, en una de esas, nos cruzamos en el camino…